Fuente: Secretaria de Cultura de Michoacán.

Teatro Matamoros: estampas de un escenario que resucita

Pasaron 12 años desde que el gobierno del estado de Michoacán, bajo la gestión de Lázaro Cárdenas Batel, se propusiera rescatar el antiguo Cine Colonial en la ciudad de Morelia y convertirlo en un teatro de primer nivel que pudiera ser sede los principales festivales de la ciudad y dignificar a la comunidad artística.

Tras cientos de millones de pesos gastados en un proyecto que avanzaba de manera caprichosa e intermitente, en medio de acusaciones de irregularidades y gastos no comprobados, en junio de 2021, todavía en medio de una pandemia que canceló durante meses toda actividad cultural, el nuevo Teatro Mariano Matamoros logró resucitar con un espectáculo de circo contemporáneo que busca marcar un antes y un después en la vida cultural de Morelia.

Por Fernanda Páramo, Fernanda Cadena y Santiago Vázquez

Hace una hora, el hombre sentado en la butaca M-5 casi roncaba. Corría apenas la tercera escena, un halo de luz iluminó su cabeza por un momento. Parecía cómodo, ladeado un poco hacia la izquierda, hasta que su pareja le dio un discreto codazo que lo hizo enderezarse.

Ahora puede apreciar a los más de 20 actores y bailarines sobre el escenario. La iluminación verde y roja, además de los textiles tradicionales michoacanos desplegados con precisión sobre el escenario y las paredes laterales del teatro mediante video-mapping, reciben al torito de petate al centro.

Un par de acróbatas vestidos de pescadores y de campesinos caminan con las manos, dan maromas y vueltas de carro; varios actores ataviados con la típica máscara de viejitos bailan la Víbora de la mar.

Hasta ahora, un tono operístico había dominado el montaje, con pinceladas folklóricas remarcadas por trajes típicos y la música. Todo cede ante el sonido tradicional de las pirekuas. Lo que hasta ahora había sido un despliegue de misterio y circo contemporáneo se trastorna en un carnaval típico michoacano.

La gente aplaude, al compás del ritmo familiar. Una luz vuelve a iluminar al hombre calvo de la butaca M-5. Ya no duerme. Sus ojos apenas parpadean, tiene la boca ligeramente entreabierta. 

Es testigo de cómo, tras tres décadas de abandono y 12 años más de espera, tras una fallida remodelación intermitente, el Teatro Mariano Matamoros –el antiguo Cine Colonial– resucita este 1 de julio de 2021 con la puesta en escena de Tzin Tzun: historias de princesas y colibríes.

El estado de Michoacán, a través de la Secretaría de Cultura, invirtió seis millones de pesos en la producción, escenografía, vestuarios, pago de músicos, actores y acróbatas que hoy van y vienen tras bambalinas.

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De jueves a domingo, siempre puntual, abre la misma puerta de madera en la calle Abasolo, a un costado de la catedral de Morelia, y camina por un pasillo hasta un escritorio donde registra su entrada, anotando su nombre en una libreta: José Hurtado, Cuco, cinco de la tarde.

Es alto. Un metro 80 de estatura, más o menos. De su cinturón cuelga una radio conectada a un auricular en su oído derecho que todo el tiempo emite indicaciones para que active una cuerda o cambie la altura de alguna de las lámparas. Él responde y da indicaciones a Lalo, su único ayudante, a través de un pequeño micrófono asido a su camiseta.

Ser jefe de rigging del Teatro Matamoros es vivir la mayor parte del tiempo encima del escenario, en las alturas, familiarizarse con cuerdas, poleas y estructuras volátiles; conocer de memoria el peso de cada uno de los actores y acróbatas y el momento exacto en que necesitan pender por los aires: jugar a ser pájaros.

–No se trata sólo de jalar cuerdas –dice Cuco–, sino de ser parte de la obra, fluir, tirar de manera correcta y cómoda. Porque si se llega a tirar de manera brusca podemos lastimar o provocar una caída a quienes forman parte del elenco. 

A las seis y media, después del ensayo general, Cuco y su equipo hacen una rápida revisión por toda la tramoya para que todo esté en orden. A las seis de la tarde con 40 minutos –primera llamada– se escuchan los cuchicheos del público que busca sus butacas; media hora después, las luces se apagan por unos segundos. De pronto, todo brilla: las luces incandescentes de las lámparas, sus cambios de color y sus intermitencias hacen que el rostro de Cuco se encienda y apague al mismo ritmo, en la oscuridad de las alturas. 

Abajo los actores hacen acrobacias y son levantados por la fuerza de sus músculos aplicados sobre las cuerdas y poleas. Otros trepan y hacen danza área por las tolas que él deja caer desde del techo 

A mitad de la función, Cuco incluso llega a sostener a una acróbata que pende en el aire sostenida solamente por su fuerza capilar: por sus cabellos.

Fuente: Secretaria de Cultura de Michoacán.

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A principios de junio, personal de la Auditoría Superior de Michoacán (ASM) visitó las nuevas instalaciones del Teatro Mariano Matamoros. Detectaron algo extraño: en el reporte de gastos de los fideicomisos responsables de la obra constaba un sistema de elevadores que, ya en el lugar, no encontraron.

El 21 de junio, el titular de la ASM, Miguel Ángel Aguirre Abellaneda,  declaró a la prensa que la anomalía sería reportada y que no era la única observación respecto al uso del dinero público destinado a la rehabilitación del teatro, durante la actual administración.

Los morelianos hace tiempo que se habían cansado de preguntarse  cómo es que la rehabilitación de un teatro, anunciada en 2008 para presentarse en 2010, podría extenderse por más de 12 años y cómo es que, de 170 millones de pesos presupuestados en un inicio, el costo pueda elevarse a más de 700.

Las sospechas actuales surgen de una historia que atraviesa la administración de seis gobernadores, si se incluye los gobiernos interinos de Salvador Jara y Jesús Reyna García. Fue durante la gestión de Lázaro Cárdenas Batel que se concretó, en diciembre de 2007 y a través de la Secretaría de Cultura local, la compra del inmueble que albergaba al antiguo Cine Colonial:  2 mil 490 metros cuadrados detrás de unos portales neocoloniales ya desgastados, justo frente a la Catedral de Morelia. La intención era inaugurar el teatro en 2010, justo para la celebración del Bicentenario de la Independencia. 

En 2009, Leonel Godoy, quien acababa de asumir la gubernatura, nombró presidente del Comité Técnico del Fideicomiso Teatro Mariano Matamoros a Cuauhtémoc Cárdenas Batel, fundador y vicepresidente del Festival Internacional de Cine de Morelia y hermano del anterior gobernador.

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Son las 2:30 de la tarde de este sábado 1 de julio. En la recepción del Teatro Mariano Matamoros solo está el personal de taquilla pero la música ya suena a lo lejos. Gente del staff va y viene tras bambalinas. A la izquierda cuelgan las telas que usarán más tarde los acróbatas. Algunos grupos ríen al fondo, un par de bailarines hacen estiramientos y otros más realizan maromas sobre las duelas, calentando el escenario. 

Al centro, cerca de donde algunos integrantes del equipo técnico prueban poleas y mecanismos para subir y bajar una estructura que parece una roca enorme, una mujer sonríe con seriedad. Landy Medina intenta no distraerse el barullo a su alrededor. Su trabajo es revisar que todo esté en orden, procurar seguridad a todos los involucrados. 

–Es mucho nervio tener todo bajo control –dice–. Hay muchas cosas que el público no ve y que están bajo nuestra responsabilidad. La vida de nuestros compañeros está en juego. 

Landy es actriz de profesión. Nació en la Ciudad de México, pero vive desde hace dos décadas en Morelia y tiene al menos 17 años trabajando en los teatros, cumpliendo todo tipo de funciones. A veces, en el área de maquillaje o ayudando en el vestuario; también confecciona máscaras o puede coordinar todo el funcionamiento de un foro. Hoy su cargo es jefa de utilería, prop master: se encarga de que todos los objetos utilizados en la obra, pequeños, medianos y grandes, aparezcan y desaparezcan en el momento adecuado.

–En este caso, sí hay mucha utilería, muchas cosas de mano –explica Landy–. Pero sobre todo me toca coordinar al equipo de backstage; nos corresponde meter, colocar y sacar todas las estructuras en el escenario, algunas bastante grandes. 

Tres sexenios han pasado desde que el gobierno de Michoacán anunció la remodelación del Teatro Matamoros. Como se planeaba que el Teatro Matamoros abriera sus puertas en 2010, durante un tiempo incluso se jugueteó con la idea de bautizarlo como Teatro Bicentenario para enmarcar su inauguración en los festejos de los 200 años de la lucha por la Independencia.

Este proyecto, decían, le daría a Morelia un teatro de primer mundo, mucho mejor y más grande que el Teatro Ocampo, un par de calles más al sur, o que el Teatro Stella Inda, en las orillas del Centro Histórico.

–Los morelianos que nos dedicamos al arte estábamos a la expectativa, año con año, sexenio tras sexenio –dice Landy-. Desde hace casi 15 años la comunidad artística esperábamos un teatro así.

Son las tres de la tarde. El teatro se vacía: el equipo se retira a comer antes de la función. Sobre el escenario no queda nada, salvo una estructura enorme de tubos negros y un muchacho de cabello rizado que hace malabares con cinco pelotas rojas.

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“Máxima flexibilidad”. Cuando Cuauhtémoc Cárdenas Batel invitó al Taller de Arquitectura de Mauricio Rocha y Gabriela Carrillo a rehabilitar el antiguo Cine Colonial, hoy Teatro Mariano Matamoros, esas dos palabras se convirtieron en un mantra: la flexibilidad de la arquitectura, argumentaba Rocha, permitiría generar un espectro amplio de funciones para ese espacio. 

La primera intención de Cuauhtémoc Cárdenas y del gobierno michoacano, según cuentan en entrevista algunas de las personas que participaron en el primer intento por rehabilitar el teatro, era construir un teatro a la italiana: un teatro clásico. 

Hijo de la fotógrafa Graciela Iturbide y del arquitecto Mauricio Rocha Díaz –quien diseñó la Cineteca de la Ciudad de México–, Mariano Rocha fundó el Taller de Arquitectura hace tres décadas, al lado de Gabriela Carrillo. 

Juntos han dado forma, por ejemplo, al Centro Cultural San Pablo en Oaxaca, así como a la escuela de Artes Plásticas de Oaxaca. También construyeron el Pabellón Arte Sonoro de San Luis Potosí y la sección para invidentes y débiles visuales de la Biblioteca México. 

En 2019, el Taller fue reconocido con la medalla de oro de la Academia Francesa de Arquitectura. El jurado definió su obra como “una combinación sutil de proporciones, volúmenes y luz, en donde los materiales y técnicas locales desempeñan un papel vital. Su enfoque busca traducir las tradiciones y los materiales de los lugares de manera contemporánea, no de manera ornamental sino estructural”.

Cuando Rocha fue invitado a rehabilitar el Teatro Mariano Matamoros –por cierto, mediante un contrato obtenido sin proceso de licitación, por adjudicación directa–, decidió apostar por un proyecto vanguardista. 

En nombre de la flexibilidad de la arquitectura, el proyecto de teatro a la italiana fue convertido en una “black box”: una caja negra que aprovechara los 5 mil metros cuadrados de dos predios adyacentes y pudiera servir no sólo para presentar obras de teatro, conciertos y funciones de cine. La idea era usarlo también para espectáculos de lucha libre, peleas de box y prácticamente cualquier evento o espectáculo.

Por ello se diseñó una estructura metálica que cubría prácticamente todo el espacio: un sistema de butacas móviles, equipamiento y mecánica teatral en toda la sala, incluso sobre las butacas, de tal manera que prácticamente el espacio entero pudiera convertirse en escenario, desdibujando así los límites entre la obra y el público. 

La flexibilidad de la arquitectura se convirtió, en pocos años, en un problema: sin un proyecto ejecutivo claro, el presupuesto autorizado para la remodelación –267.4 millones de pesos– quedó muy pronto rebasado. Para 2011, la Auditoría Superior del estado reportaba un monto pagado de 163 millones de pesos y un adeudo de 112.8 millones a más de 20 empresas y proveedores. 

Y la obra estaba todavía lejos de terminarse. La flexibilidad de la arquitectura requería de una enorme flexibilidad también del presupuesto público.

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En algún momento de la segunda mitad de 2020 la Secretaría de Cultura de Michoacán se puso en contacto con el contratenor, director de ópera y psicoterapeuta jaliscience Santiago Cumplido del Castillo. 

–Me buscaron con la idea de hacer una puesta en escena espectacular, con mucho arraigo michoacano, para inaugurar el teatro –cuenta en entrevista, después de una función sabatina.

Durante meses, Santiago consultó especialistas sobre la historia de Michoacán y comenzó a estructurar el guión de Tzin Tzun, historia de princesas y colibríes, una puesta en escena que intentaría aprovechar la libertad creativa que permitía un presupuesto de seis millones de pesos y mezclar el arte circense con el teatro y la ópera. Un Cirque du soleil  a la mexicana.

Las audiciones comenzaron en diciembre y en abril de 2021 arrancaron los ensayos. Todo tenía que estar a punto para el estreno en junio: en menos de tres meses debía construirse la escenografía, confeccionarse los vestuarios y, sobre todo, cada uno de los 31 actores contratados, además del equipo de tramoya, maquillistas, sonidistas, jefes de utilería, todos tenían que entender lo que Santiago tenía en la cabeza. 

–El gran reto fue cómo comunicar todo esto: cómo lograr que todos se sumaran a un viaje que yo estaba proponiendo –explica Santiago–. Era difícil porque hay artistas de muchos contextos: tenemos artistas del Cirque du Soleil, artistas callejeros, parkureros, músicos clásicos, músicos folklóricos, contorsionistas… La virtud de este montaje fue meter a tantas personas tan distintas en un solo universo. 

El universo de Tzin Tzun comienza con Dionisio, un campesino michoacano que se encuentra una noche con un niño misterioso. El niño lo lleva de la mano a conocer el pasado y sus leyendas: la historia de la princesa Huapunda, quien se convierte en una garza blanca para quedarse a vivir para siempre en el Lago de Pátzcuaro; la guerra con los mexicas, después de que el imperio purépecha fuera dividido por el rey Tariácuri; o la historia de la princesa Tzetzángari, cuyas lágrimas de formaron el Lago de Zirahuén. 

En niño también lo lleva a “presenciar” la llegada de los españoles, el terror y los saqueos cometidos por Nuño de Guzmán –uno de los conquistadores más crueles–, quien tomó por esclava a la princesa Eréndira, así como la intervención de Vasco de Quiroga y sus intentos por apaciguar las revueltas entre purépechas y criollos.

Más adelante, se atestigua la conspiración de Valladolid y el movimiento de Independencia, la captura de Mariano Matamoros y su ejecución a los pies del portal del teatro que hoy lleva su nombre.

Ese es el universo que Santiago Cumplido del Castillo tenía en la cabeza.

De casas de hacendados a cine de lujo: la historia del Teatro Matamoros

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–En 1864 se celebró una fiesta de bienvenida a Maximiliano de Habsburgo en esta casa. Existe un documento que da constancia del baile “en honor al Emperador de México” en el Archivo Histórico Municipal. 

Quien habla es Jaqueline Cortés, cronista y maestra en Historia por El Colegio de Michoacán. Aunque aclara que no es su especialidad, Cortés conoce de memoria los detalles del predio que hoy alberga el Teatro Mariano Matamoros. 

Cuando niña, dice, llegó a ver aquí películas de Capulina, de Cantinflas. Lo recuerda como un lugar lujoso, con una elegancia que no poseían otros cines, como el Rex o el Eréndira, de la Morelia de finales de los años ochenta. Un cine familiar que durante Semana Santa, por ejemplo, exhibía solo películas sobre la pasión de Cristo.

Inaugurado en 1952, el cine fue diseñado por los arquitectos Vicente Mendiola, Carlos Combré y Jaime Sandoval, este último uno de los principales impulsores del estilo neocolonial que, desde mediados de siglo, llenó de la característica cantera rosa a la capital de Michoacán.

–Antes era una tienda de ropa y telas muy muy grande: “El Cajón de la ciudad de Londres”, propiedad de don Antonio Silva. Hablo de principios de siglo, cuando la ciudad estaba en ruinas luego de tantos conflictos intestinos –recuerda la historiadora. 

El predio, ubicado en lo que hoy se conoce como Los Portales, aparece ya en los primeros planos de la ciudad de Valladolid, hoy Morelia. Sus dueños originales fueron hacendados y comerciantes emigrados de Oviedo y Castilla, tal como documentó Magali Zavala en su estudio Vida social y urbana: un acercamiento a la historia actual del Teatro Mariano Matamoros.

En el siglo XVII, la casa pasó a manos de las madres Catalinas de la Noble Valladolid. En aquel entonces era común que los hacendados heredaran propiedades a las monjas, a cambio de que ellas dedicaran miles de rosarios para la salvación de su alma. Las monjas rentaban esas propiedades y, con las ganancias, financiaban sus gastos o la construcción de otros monasterios. 

–Era común –explica Cortés–. Después de la Guerra de Reforma, a las monjas dominicas se les encontraron 85 casas por todo Morelia.

En aquel momento, además, Morelia era la capital de un obispado que abarcaba ocho de los actuales estados de la República: Valladolid. Los diezmos de lo que hoy es San Luis Potosí, Guanajuato o Zacatecas terminaban en esta ciudad. 

De madera, piedra y adobe, un solo piso y un patio rodeado de cinco portales con negocios al frente, la casa cambió de manos un par de veces más. En 1711, las monjas la venden a Nicolás de Villarroel, hermano del Marqués de Villahermosa. Para 1810, el inmueble le pertenecía a Lorenzo Larrauri, un poderoso propietario de minas en Michoacán.

En aquellos años se adoptó una cruenta costumbre: fusilar insurgentes en La Plaza de Armas, ubicada frente a la casa, tanto que no pasaría mucho tiempo antes de ser rebautizada como “Plaza de los Mártires”. 

Ocurrió a las 11.45 de la mañana del 3 de febrero de 1814. El sacerdote Mariano Matamoros había sido capturado hacía unas semanas, después de una batalla en los alrededores de Valladolid.

Tras la muerte de Miguel Hidalgo, se unió a José María Morelos y Pavón. Su papel como estratega militar era tan importante que Morelos intentó intercambiar su vida por la de 200 prisioneros españoles. 

–Se dice que Matamoros estaba muy herido –cuenta Jaqueline Cortés–. Es una teoría, pero es posible que estuviera moribundo, es decir a punto de morir de cualquier forma, cuando deciden fusilarlo.

Ocurrió allí, al pie de los portales de la casa donde, décadas después, se rindió una fiesta en honor a Maximiliano de Habsburgo. Allí donde después habría una tienda de regalos y después uno de los cines más lujosos de la ciudad. 

A las 11:45 de la mañana del 3 de febrero de 1814 el ejército realista fusiló al sacerdote Mariano Antonio Matamoros Guridi como escarmiento público. Era jueves.

Tres mil miembros de la Compañía de Granaderos del Regimiento de la Nueva España atestiguaron la ejecución.

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Estamos en la segunda planta del edificio y Sonia Mejía está sentada en un sillón circular al centro de una sala amplia. De 57 años de edad, Mejía fue directora de la cadena Cinépolis durante 15 años y es la actual responsable del proyecto del Teatro Matamoros.

–​​Nosotros hacemos mil salas de cine al año –advierte–. No entendíamos por qué no terminaban este proyecto. Nos acercamos al gobierno y nos pide que empecemos a revisar: la sorpresa es que no existía un proyecto (ejecutivo). Sólo unas presentaciones donde veías una sala multiusos, el black box: un cascarón. 

El Cine Colonial fue inaugurado durante el sexenio en que Dámaso Cárdenas del Río, hermano del ex–presidente, era gobernador del estado, como una de las apuestas más grandes de la familia Jury, un grupo de libaneses que ya contaba con un par de salas más en Morelia. 

A partir de la década de los 70, con la falta de apoyo al cine y la masificación de la televisión, el Colonial comenzó a decaer. En 1995, casi de manera inadvertida, dio su última función. Para esas fechas, Cinépolis –propiedad de la familia Ramírez, michoacanos de cepa– ya comenzaba a dominar el mercado. 

La Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas ha informado que la administración del actual gobernador, el perredista Silvano Aureoles, invirtió más de 160 millones de pesos para terminar, por fin, el proyecto del teatro y se deslindó los gastos de las administraciones anteriores. 

Desde que se iniciaron las obras, la Auditoría Superior del estado detectó por lo menos 158 millones de pesos no comprobados y aunque se generó un procedimiento de responsabilidades contra el primer responsable de la remodelación, Cuauhtémoc Cárdenas Batel, las observaciones de la ASM, según informó su titular Miguel Ángel Aguirre, ya “prescribieron”. 

–En Morelia no había un foso de músicos –prosigue Mejía–. Aquí contamos con un foso hidráulico, algo que pocos teatros en México tienen. Bellas Artes no lo tiene. Y esto es algo importante: aquí se pueden hacer conciertos y se puede proyectar cine.

Quien conoce de acústica sabe que el cine necesita superficies absorbentes, mientras que la música en vivo necesita superficies reflejantes. El Teatro Mariano Matamoros, gracias a una serie de paneles desplazables, logra adaptarse para aportar el mejor sonido posible. 

Así, dice Sonia, el espacio se puede adaptar a los dos principales festivales de Morelia, “pero también a un concierto de jazz”. 

El proyecto no está completo todavía. Se planea construir un bar de jazz en el sótano, espacios multiusos en el tercer piso y un mirador con un salón de eventos en la parte superior. Al momento de la entrevista, se han comenzado a instalar los elevadores que la Auditoría Superior de Michoacán echaba en falta.

Pero el teatro, con una capacidad de 550 asientos en su máxima capacidad, está ya en funciones desde hace poco más de un mes. En medio de una pandemia que enclaustró a la ciudad entera y canceló la posibilidad de la vida pública y cultural, el escenario Teatro Mariano Matamoros ha resucitado. 

Aunque las críticas tampoco faltan: los millones de pesos de recursos públicos gastados se traducen en un espacio que presentará espectáculos  cuyo boleto de entrada cuesta, como es el caso de Tzin Tzun, 550 pesos, excluyendo a una enorme mayoría de la población.  

–Tenemos un proyector 4K y sonido Dolby Atmos: el mejor sonido envolvente a nivel mundial –define con orgullo Mejía–. Este edificio es hoy como un Ferrari.

Foto: Fernanda Páramo