La pandemia del Covid-19 dejó al descubierto varias falencias para el sistema educativo del Paraguay, sobre todo para las personas con algún tipo de discapacidad visual y auditiva, quienes tuvieron que ingeniarse y buscar la forma de seguir aprendiendo, a pesar de la barrera que representaron las clases virtuales.
Por Fiona Aquino, Brian Cáceres, Jessica Mendoza y Mercedes Rodríguez
“Educación es esperanza. Educar es construir un futuro. Nuestro gobierno ha acompañado e impulsado la transformación de la educación en este contexto (pandemia). Hemos impulsado un diálogo nacional incluyendo a todos los autores de la sociedad”, afirmó el presidente Mario Abdo Benítez en su último informe ante el Congreso, un discurso que no se condice con la realidad, ya que hay sectores muy lejos de una verdadera inclusión.
Durante la pandemia del Covid-19, al igual que en todo el mundo, las barreras para acceder a una educación de calidad se multiplicaron. Las clases virtuales fueron un desafío para los docentes, los padres y para los mismos alumnos. Todo cambió de un día para el otro y el tiempo se encargó de demostrar que nadie estaba preparado.
Y es que en Paraguay, en donde el 10,7% de la población sufre algún tipo de discapacidad, de acuerdo a datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), la pandemia develó los desafíos con los que tuvieron que lidiar los estudiantes con alguna discapacidad. Dejando también al descubierto la siguiente interrogante: ¿Qué políticas ha planteado el gobierno paraguayo para garantizar la educación de las personas con discapacidad?
A CIEGAS
Para personas como Liz Paola Diaz, una joven estudiante de psicopedagogía, quien desde hace unos 23 años padece de retinopatía congénita, una enfermedad ocular que hace que los vasos sanguíneos crezcan de forma anormal dentro de la retina, la educación en pandemia durante estos dos años se define de una única forma: ‘’estresante’’.
La joven cuenta, mientras se mueve sin ningún elemento de guía y con total normalidad dentro del patio de su casa, que ya hace años viene acostumbrándose a la falta de garantías para acceder a una educación de calidad. Señala que las dificultades siempre existieron, pero en esta crisis sanitaria se evidenciaron más que nunca.
“Realmente no encontré más dificultades, sino que se visibilizaron las que ya tenía antes. Los materiales ya eran digitales pero escaneados. Nosotros (las personas con discapacidad visual) usamos un lector de pantallas en la computadora y en el celular. Ese lector, cuando se trata de un documento escaneado o de una foto convertida a PDF, no puede reconocer nada. Vos cambiás de página y te dice que cambiaste de página pero no lee el contenido”, relata Liz mientras muestra, al mismo tiempo, cómo el programa se salta párrafos y hasta capítulos enteros si es que la lección no se encuentra en el formato adecuado.
La joven explica que, para que el lector pueda reconocer los textos, los documentos deben ser convertidos a PDF desde WORD y deben estar bien escritos, sin imágenes ni cuadros.
“En ocasiones los profesores usaban otro tipo de materiales. Enviaban videos sin ninguna descripción, imágenes pasando con la descripción escrita. Cuando yo reproduzco ese tipo de vídeos, no entiendo nada, no sé qué es lo que está pasando”, continúa relatando Liz Paola.
“Cuando pasaba eso, le escribía nuevamente a la profesora a través de la plataforma y le pedía que me explique, pero perdía bastante tiempo. Tenía que esperar una respuesta para saber qué contenía el vídeo y ahí recién podía hacer la tarea. Eso me retrasaba muchísimo”. En momentos como ese, la joven estudiante debía recaer totalmente en la empatía de sus compañeros y amigos, quienes se encargaban de comentarle por audios de Whatsapp lo que contenía el material adjuntado, sobre todo cuando los docentes tardaban más de una semana en responder y la tarea ya estaba próxima a vencer.
Según Liz Paola, entrar a la plataforma de la universidad era una verdadera sorpresa. “No sabía con qué me iba a encontrar. Si iba a acceder a un PDF que podía leer, si iba a ser un link, si iba a ser un vídeo solo con subtítulos y sin nadie que esté hablando. Esa parte fue muy complicada”. Para ella, la educación virtual en pandemia fue una verdadera odisea; era, definitivamente, “andar a ciegas”.
CERO APRENDIZAJE: LA EDUCACIÓN EN PANDEMIA PARA PERSONAS CON DISCAPACIDAD AUDITIVA
Al igual que con las personas con discapacidad visual, la llegada de la pandemia supuso varias dificultades para las personas con discapacidad auditiva. Gabriela Martínez Villalba, una joven estudiante de unos 28 años que está cursando el último año de Ingeniería en Informática en la Unisal, una universidad privada de San Lorenzo, asegura que los dos años de la crisis sanitaria a consecuencia del Covid-19 fueron de “cero aprendizaje”, sobre todo para quienes tienen la misma condición desde el nacimiento.
Además de las complicaciones que siempre existieron por la falta de accesibilidad en todos los niveles de educación, Gabriela cuenta, por medio de su intérprete Marcelo Mereles, de 21 años, que con la crisis sanitaria fue mucho más difícil recibir educación de calidad.
Según señala, existieron tres dificultades principales. Como la pandemia comenzó coincidentemente con el inicio de un nuevo año lectivo, muchos de los profesores eran nuevos y no sabían cómo trabajar con personas con discapacidad auditiva, lo que implicó todo un proceso de readaptación entre docentes y alumnos. El otro inconveniente fue la mala conexión de internet, sobre todo porque las personas con discapacidad auditiva necesitan de una buena señal para ver al intérprete y entender los contenidos, con un buen audio no basta.
El tercer problema para las personas sordas durante la pandemia fue el envío constante de documentos demasiado largos. Gabriela explica que la mayoría de las personas con discapacidad auditiva no pueden leer textos muy extensos, por lo que necesitan sí o sí que una persona les traduzca todo el contenido.
Gabriela relata que, de los cerca de 200 alumnos con discapacidad auditiva que había antes de la pandemia en la Unisal, ahora solo quedan entre 60 y 70. Muchos de sus compañeros y amigos abandonaron las diferentes carreras porque ya no tenían cómo solventar los gastos o no entendían las clases virtuales.
En la época “sin Covid”, las clases se desarrollaban de manera presencial, pero los estudiantes con discapacidad auditiva debían organizarse y contratar un intérprete, ya que la institución no contaba con uno propio. Este servicio mensualmente implicaba un gasto aproximado de 1.700.000 guaraníes (unos 250 dólares, casi dos tercios del sueldo promedio mensual), un monto que antes de la pandemia no golpeaba el bolsillo porque los grupos eran numerosos y podían dividirse el total entre todos los compañeros con discapacidad auditiva. Con la crisis sanitaria y con la deserción de muchos de los estudiantes, fue cada vez más difícil contar con una persona que pueda acompañar todo el proceso de enseñanza-aprendizaje.
A dos años de esta pandemia, la joven estudiante asegura que hay mucho que mejorar en lo que se refiere a inclusión y educación para las personas con discapacidad auditiva, especialmente en el nivel superior universitario. Considera que las clases universitarias en lo posible se deben dar por separado, sin mezclar a las personas que sí escuchan con las que no. Indica que esto es importante para evitar que los docentes prioricen solo a los estudiantes sin alguna discapacidad, algo que se ve comúnmente en las universidades. Las personas que sí tienen la capacidad de escuchar reciben explicaciones extensas y con varios ejemplos, mientras que las personas sordas deben conformarse con mini resúmenes del tema desarrollado en el día.
Además, Gabriela también insiste en que las universidades deberían contar con un intérprete para que los estudiantes con discapacidad auditiva no tengan que contratar a uno por cuenta propia.
EDUCAR SIN HERRAMIENTAS
Paula Giménez, una docente de lengua castellana y lengua guaraní de la Escuela Básica N° 2924 Néstor Romero Valdovinos de la ciudad de Luque, al igual que muchos otros profesores de Paraguay, tuvo que arreglárselas para lograr que sus alumnos con algún tipo de discapacidad puedan aprender durante los casi dos años de educación a distancia. La enseñanza virtual fue casi imposible, no todas las familias tenían los recursos necesarios para proveer computadoras o teléfonos inteligentes a sus hijos con discapacidad, lo que implicó un compromiso extra por parte de todos los maestros.
“Cuando la cuarentena era más rígida, los celulares quedaban en los hogares y existía ese acompañamiento cercano por parte de los padres y las madres; pero cuando, poco a poco, los padres empezaron a regresar a sus trabajos con sus dispositivos móviles, los alumnos dejaron de conectarse a las clases virtuales. Eso hizo que el trabajo, que anteriormente se centraba en las horas de la mañana y la tarde, se traslade hasta altas horas de la noche. Muchos de los docentes hemos trabajado hasta tarde para que los niños y adolescentes no se desprendan o desvinculen pedagógicamente”, relata.
A pesar de los constantes desafíos, ella debía ver la manera de planificar sus clases a modo de que todos puedan entender, tanto los niños que escuchaban perfectamente como sus alumnos con discapacidad auditiva. Por ello, decidió habilitar un pequeño espacio en su casa y armó grupos de cinco estudiantes, cuidando en lo posible el distanciamiento, para lograr fijar por lo menos las últimas clases desarrolladas. Todo el costo de las herramientas, las lecciones adaptadas y los materiales utilizados, siempre estuvo a cuenta de los docentes y sin asistencia real por parte del Ministerio de Educación.
Para Beatriz Sarubbi, la presidenta de la Asociación de Braille Paraguay, la educación en pandemia fue muy difícil, sobre todo por la condición de los chicos que, además de contar con ceguera, tienen también otras discapacidades. Por la falta de herramientas, los dos años fueron un retroceso total. La virtualidad no sirvió ni ayudó al proceso de impartir el tipo de educación que necesitaban estos alumnos.
“Muchos de los estudiantes tienen problemas cognitivos, de audición y de visión a la par, la mayoría ni sabe lo que es una computadora o una tablet… ¿Cómo les vas a enseñar o hacer entender?”, cuestiona como madre y como docente.
SIN INTERNET, SIN EDUCACIÓN
Las docentes de la Primera Escuela Paraguaya para Sordos también debían ingeniárselas para que “la educación no pare” tras la llegada de la virtualidad. Las profesoras hacían las clases grabadas con lengua de señas para poder llegar a los alumnos; los videos se enviaban por los grupos de WhatsApp y por Teams.
“Allí nos vimos con otra gran dificultad porque la mayoría de los chicos es de escasos recursos, entonces no tenían acceso a internet, y por ende a la plataforma”, comenta la licenciada Patricia Ortigoza, directora de la institución. Hubo ocasiones en que entregaban materiales impresos a los familiares y daban explicaciones de las clases cuando estos iban a retirar el Kit Escolar de manera mensual.
De esta manera, los docentes de la Escuela de Sordos buscaban la forma de llegar a sus alumnos en medio de las precariedades, la falta de internet y de toda la incertidumbre que representaba la educación durante la pandemia del Covid-19.
EN LA POBLACIÓN CON DISCAPACIDAD HAY UN 17% DE ANALFABETISMO
Los últimos datos del INE y la Secretaria Nacional por los Derechos Humanos de las Personas con Discapacidad (SENADIS) son del 2012, en espera de la realización del nuevo censo programado para este año 2022.
Entre los números que brindan estos estudios resalta que un 17.2% del total de personas con discapacidad que viven en Paraguay no sabe leer ni escribir. El dato es aún más preocupante teniendo en cuenta que este porcentaje es solo del 5,5% en la población nacional, es decir que la cantidad de personas con discapacidad y con analfabetismo es el triple de la media de los habitantes en su totalidad.
De la población de cinco a 17 años, cerca del 74% de los censados asiste a una institución de enseñanza de educación formal. Esto se traduce en que tres de cada cuatro personas con discapacidad asisten a la escuela o al colegio, aunque el número de desertores es mayor a la media de la población total. En promedio, la población de cinco años y más de personas con discapacidad tiene solo hasta el quinto grado aprobado, dos grados menos que el indicador total nacional.
UNA EDUCACIÓN QUE LUCHA POR SU INCLUSIÓN
Según los últimos números con que cuenta la Dirección General de Inclusión del Ministerio de Educación y Ciencias del Paraguay (MEC), que datan del año 2020, son 19.953 los estudiantes que declararon tener algún tipo de discapacidad que están inscritos dentro del sistema educativo paraguayo, teniendo en cuenta los niveles inicial, escolar básica y media.
A pesar de que existen cerca de 20.000 niños y adolescentes con discapacidad en el sistema educativo, la inclusión en Paraguay se basa solo en la “formalidad y la cuestión legal”, según comentó la docente Paula Giménez. “No se internaliza ni se lleva una política de Estado para garantizar el acceso a la educación de estos alumnos con discapacidades”, insiste la maestra y agrega que la formación la deben costear con recursos propios.
En lo que respecta a la educación universitaria, desde el Consejo Nacional de Educación Superior (CONES) dicen no disponer de estadísticas sobre la población de personas con discapacidad dentro de las distintas universidades públicas y privadas. El presidente del Cones, Narciso Velázquez, refirió que solo cuentan con la Resolución N° 515/2020, en la que se exige a las instituciones tener las instalaciones adecuadas para permitir el acceso de personas con discapacidad, basándose en la Ley N° 5136 de Educación Inclusiva. Aún así, el director del ente afirmó que la mayoría de las universidades cuentan con alumnos con algún tipo de discapacidad.
En Paraguay, la educación inclusiva sigue luchando para lograr la importancia que merece, más aún tras el retroceso educativo que significó la llegada de la virtualidad con la pandemia del Covid-19. A pesar de las expresiones del presidente de la República que habla de la “transformación de la educación”, las cifras reflejan que la educación inclusiva, es aún una tarea pendiente.