El profesor de matemáticas que partió de Haití
Micky quería llegar a Estados Unidos, como cientos de sus paisanos que se arriesgan a dejar su país sin dinero ni idea de qué les espera en la frontera norte de México. El sueño americano se quedó en eso, mientras el joven haitiano descubría que, a diferencia de muchos otros migrantes, él podía construirse una vida en Baja California, en español y en las aulas.
Por Nicolle De León Larrea, Adelina Pazos y Carlos Serrano
A Jean Bernaud Gillen todos en Mexicali le dicen Micky, “el profesor Micky”. El mote le viene de dar clases de matemáticas, física y química a estudiantes de la Universidad Autónoma de Baja California, donde él es alumno también, y a jóvenes de Ciudad de México, Monterrey, Estados Unidos, Brasil y Chile.
Siempre ha sido bueno para las matemáticas. Desde niño supo que el estudio era su fuerte. Y no sólo es bueno aprendiendo, también enseñando. Cuando llegó a la secundaria alternaba su vida escolar con asesorías a estudiantes de primaria, y cuando pasó al bachillerato hizo lo mismo con adolescentes de secundaria.
Pero al terminar la preparatoria tuvo que salir del nido, como lo hicieron sus cuatro hermanos. Su país, Haití, no era opción para superarse.
No fue fácil dejar su tierra, aunque siempre supo que no había otro camino: la pobreza extrema y las casi nulas posibilidades de mejorar su situación casi en cualquier sentido no permitían otra opción.
El menor de cinco hermanos e hijo de una madre soltera que se dedicó a la pesca, uno de los oficios más recurrentes en el país caribeño, a Jean Bernaud y sus cuatro hermanos se les complicó la vida cuando su mamá murió. Él apenas tenía cinco años y sus hermanos lo criaron como pudieron.
Hoy, a sus 26 años, trata de darle vuelta a la página y retomar lo positivo. Sólo lo positivo.
Cuando habla con InquireFirst de cómo terminó en México, hace cinco años, repite frases hechas como si se trataran de un karma de supervivencia: “En la vida nada es gratis, por eso tienes que apreciar”. No se le puede reprochar que esa sea su forma de contar la travesía que tuvo que hacer por 10 países de América Latina, expuesto a peligros y experiencias traumáticas que le cuesta trabajo evocar.
La clave de su victoria –porque su vida actual ya es una victoria–, la suelta tras un respiro solemne: “Nunca te detengas. No importan las adversidades ni los momentos difíciles, nunca te detengas. Cuando no te detienes te da una perspectiva, un sueño, un objetivo, y sabrás lo que hay que hacer y lo que no tendrás que hacer”.
Micky nunca se detuvo.
El camino más largo
Haití es el país más pobre de América. La ONU estima que casi 4 millones de haitianos, de una población de 11.5 millones, padece inseguridad alimentaria, y una quinta parte se ha visto forzada a emigrar. En el último siglo, se estima una pérdida de 98 por ciento de sus bosques, lo que ha agudizado la sequía y la deficiente producción agrícola.
Haití es la mitad de una isla –comparte territorio con República Dominicana– con una larga historia de inestabilidad económica y política, que pasó del dominio español al francés, y fue poblada por personas de piel negra que hombres blancos robaron de sus pueblos en África para convertirlas en esclavas.
Así se formó el país caribeño, abandonado a la suerte de gobiernos dictatoriales y de grandes desastres naturales.
Por eso mucha gente busca salir de la isla a como dé lugar. En 2016, Micky se aventuró a viajar hasta Chile, cuyo gobierno le permitió arribar tras una decisión diplomática derivada del terremoto que devastó a Haití en 2010.
“Empecé a trabajar planchando en Chile, estuve como seis meses, nunca me pude adaptar. Yo trabajaba de ocho a ocho, no salía a nada. El domingo descansaba y sólo salía a comprar despensa”, recuerda.
Ahorró y emprendió su viaje a Estados Unidos. Tomó el camino largo porque no tenía documentos. Atravesó nueve países durante tres meses antes de poder llegar a la frontera norte de México: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Salvador y Honduras.
El trayecto fue duro, rondaba la tragedia, la muerte. “Cuando hablo de esto siento dolor, tristeza –relata Micky–. Me pongo a llorar porque fue como un infierno y me dije: nunca más vuelvo a entrar a un país sin documentos. En el camino entre Colombia y Panamá hay que subir una montaña, caminar por alrededor de cinco días, no se ve hacia dónde se va. Caminando por la montaña me encontré a muchos muertos que se cansaron y ahí quedaron”.
El joven matemático no paró entre la selva, los migrantes que no llegaron a su destino, las zonas donde las autoridades civiles o militares no los puede ver.
“Había un río, y para cruzar el río tuvimos que agarrarnos de la mano y así tener más fuerza contra la corriente. Una señora que llevaba un niño se cayó; se lo llevó la corriente. Fue difícil”.
Como miles de haitianos, Micky llegó a Tijuana y luego a Mexicali con la esperanza que el gobierno de Barack Obama les abriera las puertas del sueño americano. Intentó cruzar a Estados Unidos, no lo logró.
Incluso hizo trampa con un documento esperando poder pasar, ni así pudo. Entendió que no era su momento. Empezaría a hacer su vida en México. Recurrió a lo que mejor sabía hacer: estudiar.
Hizo el examen para ingresar a la Universidad Autónoma de Baja California y no pasó en el primer intento. Se deprimió, pero no dejó que eso lo inmovilizara. Se preparó mejor, practicó más su español y se lanzó de nuevo, esta vez con éxito.
Él lo platica con otras de sus frases: “Me di cuenta de que los grandes sueños y las grandes historias siempre pueden hacerse realidad cuando estás listo para fracasar”.
Piensa que entró justo “en el momento en que estaba listo. Quedé y ahora soy asesor de cálculo integral diferencial. Todo lo que tiene que ver en matemáticas: en todo eso pueden confiar en mí”, dice orgulloso de sí mismo.
Centros de hacinamiento
Con la ola más reciente de la migración haitiana, en Baja California empezaron abrir barberías y restaurantes de comida típica. Jóvenes de la isla ahora residentes en México cursan licenciaturas e ingenierías en escuelas públicas y privadas.
El gobierno federal ha autorizado trabajo formal a 2 mil 531 migrantes de Haití en Baja California, de los cuales mil 404 se hallan vigentes en el Seguro Social.
Pero no a todas las personas procedentes de Haití les va bien. En la línea fronteriza se halla el campo El Chaparral, donde se han establecido más de mil migrantes de Centroamérica y el Caribe, Haití en particular.
Mientras esperan obtener el permiso para pasarse al otro lado de la frontera, viven en pequeñas casas de campaña y tienen dificultad para acceder a servicios de higiene y salud. Además, en los últimos meses se han registrado desencuentros entre centroamericanos y haitianos.
En Baja California, los centros de asistencia para migrantes, impulsados por organizaciones civiles y religiosas, se encuentran saturados. Desde que comenzó el gobierno de Jaime Bonilla Valdez –que concluirá el 30 de octubre próximo– les fueron retirados pequeños apoyos que tenían asignados y que les ayudaban para sortear gastos fijos.
La excusa de la administración local para dejar de proporcionar las ayudas fue que el gobierno federal creó un modelo de albergues donde esperarían los migrantes. El problema es que nunca funcionaron porque los extranjeros decían que se hallaban lejos de la línea fronteriza y que se sentían vigilados. Así, el centro que abrieron en Tijuana está vacío, y el de Mexicali cerró por completo.
“Me siento mexicano”
Aunque sus hermanos sí están en Estados Unidos, Micky ya decidió quedarse en México. Se siente bien aquí a pesar de que no gana la cantidad de dinero que se obtiene del otro lado de la línea fronteriza. No le importa demasiado.
“Aquí soy buen ciudadano. Aunque todavía no tengo la ciudadanía mexicana, yo me siento mexicano y trato de hacer las cosas bien”, afirma Micky. “Todos son mis amigos, todos me conocen, tengo una gran familia aquí, y familia familia –insiste–. No es familia falsa, es familia familia”.
Micky el matemático de origen haitiano que recorrió miles de kilómetros, decidió convertir a Mexicali en su destino.