Por Tomás Villota, Liliana Llanes, Tania Párraga y Cristina Mora
En la ciudad de Cuenca el trabajo informal se ha convertido en la alternativa para quienes no logran tener un empleo fijo. Algunas de las mujeres que se dedican a esta actividad lo cuentan en primera persona.
CATALINA ZHUNGUR
Tiene 38 años y trabaja desde niña en un puesto de venta de verduras y fruta, en el sector de la Feria Libre.
Tiene dos hijos menores de edad: una adolescente de 17 años y un niño de 8 años que tiene TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) incluido con TEA (trastornos del espectro autista).
Por la situación económica el esposo de Catalina, Víctor, migró a Estados Unidos hace cuatro meses.
“Ahora somos una familia disfuncional, una familia descompuesta”, dice entre lamentos, pero esperanzada en que su hijo, quien necesita medicinas y tratamientos por su condición de salud, pueda tener algo de ayuda, ya que no recibe asistencia desde el sector público.
Guarda la esperanza de que su hija mayor pueda ingresar a la universidad para que tenga un futuro diferente al suyo, pero está consciente que eso es cuestión de suerte, pues está al tanto de que en Ecuador y en Cuenca hay más graduados que cupos disponibles en la universidad pública.
EUDOSIA SÍGSIG
Tiene 75 años y los últimos ocho se ha dedicado a la venta informal.
“Decidí salir a vender en las calles por la necesidad. Y porque no tengo quién me ayude. Yo necesito pagar el arriendo, la comida y necesito sobrevivir”, dice la mujer que además tiene una discapacidad física y recibe la ayuda de sus compañeras para movilizarse en taxis.
Eudosia vive en una pequeña habitación por la que paga unos 70 dólares al mes. Cuenta que, en el mejor de los casos, en un mes puede llegar a ganar 100 dólares. “Mi jornada laboral comienza desde las siete de la mañana y me quedo hasta las cinco de la tarde”.
Cuenta que cuando vuelve a casa tiene que sentarse en un banco para cocinar y para hacer todo. “Este puesto de trabajo autónomo es mi único subsistir”, recalca. Por el momento, tiene la esperanza de que le vuelvan a incluir entre los beneficiarios del Bono de Desarrollo Humano para recibir la cuota mensual del Gobierno, que recibía anteriormente, para tener algo de alivio económico.
NORMA VILLAGRÁN
Es comerciante y presidenta de la Asociación Mano Amiga, que acoge a gran cantidad de mujeres con diversas historias, pero a quienes unen las ganas de salir adelante. Creó esta asociación ante la necesidad personal de tener un espacio junto a otras personas que comparten las mismas necesidades.
Norma llegó de otra ciudad a Cuenca, y una vez aquí, fue víctima de robo y se quedó sin nada. “Fue duro porque yo tengo siete hijos; entonces busqué las mil maneras de salir adelante”, recuerda rodeada de otros compañeros comerciantes.
“Aquí todos somos de bajos recursos económicos. Hay algunas madres solteras, algunas de la tercera edad; hay quienes no tienen familiares. Eso me motivó para seguir adelante trabajando por ellas y por mí también, porque yo también necesito llevar el pan a mi mesa”.
Organizados, adquirieron carpas para los puestos de venta, porque trabajaban con parasoles y la mercadería se mojaba o la robaban. En la actualidad, Norma vive con un hijo y un nieto. “Las ganancias que tenemos son para vivir del día a día”, afirma, detallando que por producto puede ganar entre un dólar o tres dólares. “Nadie de aquí hemos tenido esa oportunidad de tener un empleo, y por eso estamos aquí”.
ZOBEYDA CÓRDOBA
Zobeyda Córdoba, de nacionalidad peruana tiene 40 años, es madre soltera y vende prendas de vestir en unas carpas que organizaron las comerciantes autónomas de la Asociación Mano Amiga, en el sector Feria Libre.
Cada mañana Zobeyda se levanta a las 5:30 AM para preparar el desayuno, luego deja a su hijo Owen Isaac en la escuela y emprende su marcha con su carretilla de carga llena de mercancía para comenzar la jornada laboral.
Zobeyda cuenta que no gana mucho, suele ganar entre 1 o 1,50 dólar por prenda vendida. “Siempre he sabido que el comercio de una a otra manera da para sobrevivir”, asegura. Tiene un problema de salud en la columna que le impide caminar bien. Dice tener problemas de vista. “Entonces necesito lentes, pero ya me he acostumbrado a andar sin ellos”.
Como parte de su rutina diaria, Zobeyda transporta una carretilla de carga, a pesar que tiene una discapacidad física en la pierna tras sufrir un accidente. Le diagnosticaron una alergia al sol y le recomendaron que no podía salir unos seis meses, pero ella no puede dejar de trabajar. “Eso es algo imposible, tengo que salir a trabajar todos los días porque es lo que necesito”, dice sin perder la sonrisa.