En Esmeraldas han desaparecido las caminatas. Ya casi nadie sale con cocinas y parrillas a la calle a vender comida y los comerciantes cierran sus tiendas antes de tiempo. Los padres aconsejan a sus hijos qué hacer en la escuela en caso de un atentado y miran a todas partes, esperando un tiro en cualquier momento. Aunque arda el sol, la ciudad comienza a apagarse a las 5 de la tarde.
En Esmeraldas se vive con miedo. La ciudad de la alegría, del sabor del coco y los mariscos, del son de la marimba, el cununo y el guasá, está presa de la angustia, la incertidumbre y la impotencia.
En medio de una ola de crimen que ha transformado al Ecuador en uno de las naciones más peligrosas de la región, con tasas de homicidios que saltaron de 7 cada 100.000 habitantes en 2020 a 14 en 2021, a 26 en 2022 y se supone que puede llegar a 40 este año, la provincia de Esmeraldas compite por ser la provincia más violenta del país. Hubo 3.568 homicidios en Ecuador en lo que va del año; 308 de ellas ocurrieron en Esmeraldas, contra 521 cometidos en todo el año pasado. A problemas sociales que alimentan el crimen común, Esmeraldas añade su ubicación, en la frontera con Colombia, crucial productora y exportadora de cocaína, y sus puertos comerciales y canales fluviales, que facilitan el transporte. Según un reporte de Primicias, la Policía de Ecuador, estima que entre el 70% y el 80% de la cocaína producida en los departamentos del sur de Colombia ingresa por la frontera norte ecuatoriana.
Fuente: Policía Nacional del Ecuador.
No siempre fue así. Cami, estudiante universitaria que sólo acepta ser identificada con su nombre de pila por temor, habla con nostalgia de “Esmeraldas como una ciudad de fiesta, una ciudad alegre, con un ambiente familiar en donde podías irte a comer donde la vecina”. Eloy, quien desde hace 20 años tiene un emprendimiento de venta de productos de plástico y también prefiere no dar su apellido, recuerda que “antes hubo inseguridad, hablemos de los años 90, el país también estuvo convulsionado, había inseguridad, los arranches normales. Pero luego tuvimos una época de tranquilidad. Del 2007 al 2017 vivimos una tranquilidad donde aquí en mi sector, caminaba de madrugada, entraba tranquilamente por la puerta de mi casa y venía de comer en el malecón de Las Palmas sin problema”.
Ya no. Ya no hay sitio en Esmeraldas donde la gente se sienta segura, porque ya “nada es seguro”, como dice Andrea, licenciada en educación básica que durante 30 años ha vivido en la provincia verde. Todo cambió en los últimos cinco años, en una escalada de violencia y terror, que incluyó, entre tantos capítulos, un ataque con coche bomba contra el cuartel de policía de San Lorenzo, el 27 de enero de 2018, que hirió a 14 policías; un motín en el centro de rehabilitación social de Esmeraldas por disputas de poder el 6 de diciembre de 2020, que causó 6 muertes; un tiroteo en pleno centro comercial el 14 de septiembre de 2022 que dejó a una persona herida; la aparición de dos cuerpos colgados cerca de una escuela el 31 de octubre de 2022. Este año, el nivel de violencia aumentó todavía más. El pasado 11 de abril, un atentado en el Puerto Pesquero Artesanal de Esmeraldas dejó 9 muertos; el 25 de julio se vivió una jornada de terror con: tiroteos en espacios públicos, dos autobuses y tres vehículos incendiados, y amenazas de bomba en la Fiscalía Provincial, así como el secuestro de un policía y la retención de 17 guías penitenciarios en la cárcel de Esmeraldas. El 30 de agosto de 2023 hubo un nuevo ataque con explosivos, esta vez en contra de la prefectura de Esmeraldas, tras el cual se reportaron 6 vehículos incendiados.
Paralizada, víctima de una escalada que parece no tener fin, Esmeraldas es presa del miedo. Porque a esa estadística pública que registran los medios, se suman los robos, ataques y violencias que sufre la población en forma cotidiana y que no tiene expresión en ninguna parte.
Por eso, aquí, en “Las Voces del Miedo”, son ellos quienes tienen la palabra –son los habitantes mismos de Esmeraldas quienes cuentan a su modo cómo viven o sobreviven cada día sin saber si acaso será el último.