En los últimos cuatro meses los niveles del humedal laguna La Sauceda han bajado casi a la mitad y a pesar de las lluvias registradas en los últimos dos meses, no se ha podido recuperar. Foto: Juan Hernández.
Un oasis de opulencia en medio del desierto
Desde hace décadas la capital de Sonora vive una intensa sequía. Los pobladores de Hermosillo padecen temperaturas de hasta 46 grados centígrados, escasean los árboles y parques públicos, y las colonias populares del norte de la ciudad son castigadas con cortes de agua ante la falta de reservas. Pero no todos los habitantes de la capital padecen este problema. Existe un lugar que se ha encargado de crear un microclima especial y enormes campos verdes porque sus inquilinos tienen abundantes reservas de agua.
Por Tanya Vásquez Martínez
Vista desde el cielo, Hermosillo parece una enorme carpeta de tierra desértica, cruzada por entreveradas calles y carreteras grises que dividen y limitan las colonias de la ciudad. Los tonos ocres dominan la imagen, apenas salpicada por algunos pequeños manchones verdes, como los estadios de beisbol y los escasos parques públicos. Nada que pueda aliviar la sensación de agobio térmico.
Hermosillo, como otras zonas del estado, es una ciudad estresada desde hace décadas por las sequías, las altas temperaturas a las que sus habitantes son sometidos y la crítica escasez de agua.
Segundo estado más grande de la República mexicana, Sonora está marcado por el calor: 95 por ciento de su territorio se considera muy seco, seco o semiseco, según una monografía del clima estatal elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
El exceso de calor natural deja entonces de ser un concepto científico de los especialistas y se convierte en una realidad cercana: 12 personas murieron por golpes de calor en 2020 y el estado se colocó como líder nacional de la estadística.
En la capital, Hermosillo, se alcanzan con frecuencia temperaturas de 46 grados centígrados y el Desierto de Sonora ha registrado hasta 80.8 grados, la temperatura más caliente del mundo, sólo comparada con el Desierto de Lut, en Irán, y con zonas de otros planetas, según documentó la NASA a través de dos de sus satélites que miden el calor infrarrojo emitido por las superficies.
Por eso no es exagerado decir que en Sonora, y en Hermosillo en particular, el agua y la sombra hacen la diferencia entre la vida y la muerte.
De faltar agua, es frecuente que falte, pero la manera en que se distribuye la poca agua de la que se dispone muestra la desigualdad social que también marca este caso.
Algunas colonias del norte de la ciudad, como la Miguel Hidalgo o la Insurgentes, viven una escasez de agua que se ha vuelto crónica, al mismo tiempo que en zonas residenciales no tan lejanas disponen de agua hasta para alimentar lagos artificiales, regar profusamente sus campos de golf y crear microclimas que detienen el calor desértico.
La exclusiva zona privada Las Riberas del Pitic es un caso ejemplar, el de un oasis de abundancia de agua y opulencia en medio del desierto.
Aunque los separan sólo 10 kilómetros de distancia, los vecinos de la colonia Insurgentes y los de Las Riberas del Pitic comparten el territorio geográfico de Hermosillo, pero viven en ciudades muy distintas.
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Blanca Moreno lo sabe bien. Ha padecido los cortes de agua desde hace años, aunque éstos se han agudizado con el tiempo. Al frente del mostrador de su tienda de abarrotes, cuenta que los cortes de agua de hoy son peores que los ocurridos hace más de 15 años, cuando la autoridad municipal tuvo que racionar el agua por colonia ante la falta del líquido. Les llamaron tandeos.
“Siempre tengo una cubeta llena en el baño y un tambo atrás, aparte del tinaco, porque a veces duramos hasta dos días sin agua y desde que empezó el calor hemos estado así”, reclama la pequeña comerciante mientras intenta refrescarse con un pedazo de cartón que hace las veces de abanico.
Las autoridades municipales dicen que lo que pasa es que la colonia en la que vive Blanca se halla en lo alto de la ciudad. Por eso es más difícil “que el bombeo de agua les sea suficiente”, reconoce Jesús Alberto Dorado Huitrón, director de Ingeniería y Operaciones de la Junta de Agua de Hermosillo. Y en años de sequía, como el que se vive ahora, los pozos en control del gobierno no son suficientes para la demanda y se ven “obligados a rentarle pozos a particulares que tienen concesiones de agua”.
Esa circunstancia no aplica a tres fraccionamientos con lagos particulares: Riberas del Pitic, Los Lagos y Altozano, aunque el primero es el más extenso y nació cuando la escasez de agua se convirtió en el tema principal de sociedad y gobierno de la capital de Sonora.
Riberas del Pitic se halla en el oriente de Hermosillo, muy cerca de la presa Abelardo L. Rodríguez. Es la zona donde más agua existe en el subsuelo. Desde su entrada se aprecia vegetación verde y frondosa, muy distinta a los típicos sahuaros del desierto sonorense.
Un muro de al menos dos metros y medio con cerco electrificado rodea este fraccionamiento y lo aparta de una ciudad que ha sufrido los estragos de las sequías, tan severamente que en diciembre de 2010 el gobierno local comenzó la construcción del segundo acueducto más grande de México para trasladar agua del sur al centro del estado.
Justo antes de que el acueducto fuera inaugurado en 2012, la constructora Misión XXI obtuvo autorización para crear Las Riberas del Pitic, un lugar que se cotiza en dólares y ofrece un mundo aparte: campo de golf, club de polo, un lago artificial de 25 hectáreas, el único navegable de la ciudad, con enormes espacios verdes que crean un microclima y un nuevo pulmón de 150 mil árboles que se distancia mucho del desierto sonorense.
En su propaganda comercial, Las Riberas muestra el verde de sus hectáreas: frondosos árboles, pastos abundantes, huertos urbanos, además de todo un ecosistema exclusivo con aves, mariposas y lagos. Es, en realidad, lo opuesto al clima natural de la ciudad.
Lo dicen bien las frases de identidad del fraccionamiento: “Comunidad entre nosotros. Un mundo aparte en Hermosillo”.
Para este reportaje se contactó a representantes del fraccionamiento para incluir sus puntos de vista en el texto, pero hasta el cierre de la edición no se concretó la entrevista solicitada.
Pero el proceso de construcción de este oasis, inalcanzable para la mayoría de la población, no ha sido tan limpio como el aire que circula en sus parques lineales y vegetación endémica.
En 2015 hubo una inundación que afectó a más de 50 familias que viven en condiciones marginales a un costado de Las Riberas. El lugar no se anegaba, pero un bordo edificado por particulares y la barda perimetral del fraccionamiento provocaron la acumulación de agua.
Las obras desviaron el Río San Miguel, redujeron el cauce del río, y esto provocó el desastre. Las autoridades tuvieron que derrumbar un pedazo de barda de Las Riberas para que la inundación amainara.
Además, pobladores han denunciado el intento de despojo de terrenos en el área de la presa y la presunta apropiación de terrenos nacionales. Sin embargo, las autoridades locales, estatales y federales los han ignorado.
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Mientras Las Riberas del Pitic crecía en hectáreas, almacenaba agua en sus lagos y llenaba de verde el ambiente gracias a la concesión de tres grandes pozos de reservas de agua, del otro lado de la presa, en el poniente, un parque público concesionado agonizaba.
El Parque Recreativo La Sauceda es parte del patrimonio de los ciudadanos de Hermosillo. Hoy se encuentra cerrado, vandalizado, con su vegetación marchita y su humedal a punto de extinguirse.
El lugar abrió sus puertas en 1994 durante el gobierno de Manlio Fabio Beltrones y se convirtió en el destino favorito de las familias del centro de Sonora. Tenía un amplio humedal con peces y aves, lanchas, toboganes, juegos mecánicos, go-karts, una casa del terror y árboles frondosos. Con el paso del tiempo el lugar fue decayendo y las administraciones municipales y estatales no lo rescataron. La concesión concluyó y no fue renovada.
En 2014 el gobierno municipal anunció una inversión de 50 millones de pesos, pero no lograron rehabilitar el lugar. En 2015 cerró de forma indefinida.
La Sauceda fue puesta en venta por el gobierno del Estado en al menos tres ocasiones, pero no hubo interesados en comprarla.
Rafael Pacheco, geólogo de la Universidad de Sonora e integrante del colectivo “Amigos del humedal laguna La Sauceda”, comenzó hace seis años una lucha por recuperar este espacio natural que alberga a distintas especies de peces para practicar pesca deportiva y es hogar de paso de cientos de aves.
“No hay lugares en Hermosillo para convivir. Aquí pueden venir a disfrutar, conocer qué es un humedal, las aves, las plantas; pero verlo así es muy triste, se nota que la biodiversidad está siendo muy afectada”, expresa.
Los humedales son cíclicos, explica Pacheco, sus niveles del agua bajan, pero no al nivel en el que se encuentra actualmente, en parte debido a la sequía, pero también a la falta de disposición de las autoridades para mantener este espacio.
“Hay lagos artificiales en Hermosillo, en fraccionamientos; eso quiere decir que sí hay agua, pero hay agua para ellos, no para los ecosistemas que son de todos”. No caben, dice, las argumentaciones de que no hay agua, sí la hay, pero no aquí.
Desde hace seis años, grupos ambientalistas y activistas sociales como Rafael Pacheco se han apropiado de este espacio público para evitar su venta y sobre todo para mantener este humedal al que, asegura, le queda menos de dos meses de vida si no se hace algo inmediatamente.
A pesar de las lluvias registradas durante junio y julio, los niveles del humedal no han subido, ya que no existen canales que desemboquen en él o pozos que puedan alimentar el área.
Según un reporte de la Comisión Nacional del Agua, Sonora se encontraba en junio de 2021 en medio de una sequía calificada de severa a excepcional, con 100 por ciento de los municipios en algún nivel de sequía.
Ese es un problema, pero no el único. Rafael Pacheco coloca en el centro el tema principal: es la forma en la que se distribuye el agua en el municipio. “Mientras espacios naturales como La Sauceda se pierden, hay fraccionamientos con lagos artificiales”.
Y cuestiona: “¿Nos ha dicho alguien que falta agua? ¿Nos han presentado las cifras? Dicen que los pozos se están secando, pero no nos dicen cuáles, a qué volumen. ¿Por qué no se hace un esfuerzo por resolver la situación de este problema ecológico?”.
Las Riberas no es el único fraccionamiento en la ciudad que cuenta con lago, también se encuentra Los Lagos, uno de los primeros fraccionamientos de lujo.
El sitio cuenta con un lago artificial y un campo de golf de 18 hoyos que requiere grandes volúmenes de agua para su mantenimiento. Tiene un club deportivo con ocho canchas de tenis, cuatro de racquetball, gimnasio, alberca semi olímpica y espacios para varias disciplinas. Se ubica cerca del bulevar Colosio, uno de los sectores de mayor plusvalía en la ciudad.
Justo por esa zona se encuentra otra construcción de departamentos residenciales llamada Altozano, donde también se creó un lago, en esta ocasión artificial, alimentado con aguas tratadas.
Ante la falta de respuesta de las autoridades, distintos colectivos ciudadanos han realizado esfuerzos insólitos por mantener vivo el humedal: lo alimentan con pipas de agua.
Han conseguido que les donen 14 pipas de agua para verter en el humedal y evitar que se seque y han invitado a los ciudadanos a que lleven y viertan un galón de agua a esta laguna para, de forma simbólica, aportar a la recuperación del espacio público, aunque saben que esto no resolverá el problema de fondo.
Los organizadores de estas medidas desesperadas saben que no serán demasiado útiles si no se diseña un plan de desarrollo.
Reclama Rafael Pacheco. “Necesitamos saber qué pasa con el agua en Hermosillo, hacia dónde se está yendo, qué justifica que se tengan lagos artificiales. Las Riberas es una joya, sí, pero es un golpe a la pobreza. El agua que debía llegar aquí (a la presa) se está quedando allá”.
(Mayra Echeverría y Juan Salazar apoyaron en la elaboración de este trabajo)