Ernesto Alonso Verdugo Valenzuela deja una última carta en un buzón. Foto: Alejandro Arturo Villa.

El último cartero de Tijuana

El Servicio Postal Mexicano languidece. Las personas acuden cada vez menos a sus ventanillas. A casi nadie se le ocurriría hoy acudir a la oficina de Correos, comprar estampillas y mandar una carta, una postal que tardará días, semanas, incluso meses en llegar a su destino, si puede enviar un mensaje de texto, de voz, fotos o un video por teléfono celular.

Aquellos sobres personales con hojas escritas a mano y dobladas con cuidado en tres partes se han ido perdiendo cada vez más entre cajas de diversos tamaños: en Baja California, como en el resto del país, el correo ahora se utiliza sobre todo para enviar paquetes. Es lo que da oxígeno al precario servicio postal. 

En esas condiciones, los carteros resisten. Existen. Quedan pocos, que trabajan con rutas largas y salarios cortos. Sus bonos se han ido reduciendo conforme se achica el número de usuarios. De tecnología, ni hablar. A juzgar por el deterioro en que se encuentran las distintas instalaciones en Tijuana, el servicio de correos no es prioritario. Se acerca lenta y lastimosamente a la agonía.

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Por Gloria Patricia Martínez, Ana Karen Ortiz y Alejandro Arturo Villa

8:00 am. Es lunes en Tijuana, Baja California, y como cada mañana desde hace 22 años Ernesto Alonso llega a la estación de Correos a recoger la carga que distribuirá durante el día. Ha aceptado que lo acompañemos en su recorrido mientras nos cuenta qué hace un cartero en Tijuana hoy en día, en la cima de una marea de comunicaciones electrónicas instantáneas.

“Mi nombre es Ernesto Alonso Verdugo Valenzuela. Tengo 20 años trabajando en el Servicio Postal Mexicano”, se presenta al salir de la oficina. Viste el característico uniforme, con su chaleco, la gorra, la maleta, su credencial a la vista, un silbato, un escáner y unos zapatos negros, maltratados por el tiempo y el asfalto. 

Él es uno de los apenas 7 mil 805 carteros que existen para las 32 entidades de la República y para una población de 123 millones de personas. Es decir, un cartero por cada 16 mil habitantes.

A Ernesto Alonso no le costó trabajo integrarse a las filas de este ejército civil que en conjunto recorre más de 36 millones 657 mil kilómetros por tierra y más de 9 millones 724 mil kilómetros por aire en promedio cada día, de acuerdo con datos de Correos de México (antes Servicio Postal Mexicano, Sepomex). 

“Ocupaba tener un trabajo para mantener a mi bebé, que tenía un año, casi casi recién nacida”. Se aventuró y decidió ser cartero. Un amigo lo animó. “Me dijo ‘sí hay trabajo ahí, el lunes llévate los papeles’. Fui y ese mismo día me quedé trabajando. Desde entonces, aquí estamos”.

“Mi nombre es Ernesto Alonso Verdugo Valenzuela. Tengo 20 años trabajando en el Servicio Postal Mexicano”. Foto: Alejandro Arturo Villa

‹‹La muchacha repartía normal… decidieron quitarla de su puesto para mandarla a administración, de eso hace ya ocho años y no ha vuelto a haber una mujer cartera. En su mayoría pues sigue siendo un oficio de hombres››

No le pidieron demasiados requisitos: acta de nacimiento, comprobante de domicilio, la cartilla militar liberada (“a pesar de que en otros trabajos ya no lo piden, pero aquí sí”) y estudios de nivel preparatoria.

–¿Hay mujeres carteras en la ciudad?

–Hubo una mujer cartera, pero ya no está. A ella le tocaba repartir en la zona Centro-Revolución, pero la quitaron y la mandaron a la oficina. Decían que era peligroso, pero la muchacha repartía normal. Decidieron quitarla de su puesto, de eso hace ya ocho años y no ha vuelto a haber una mujer cartera. En su mayoría sigue siendo un oficio de hombres.

8:30 am. Todavía hace frío. Mochila al hombro, Ernesto Alonso comienza la ruta a pie que será definida por las cartas y los paquetes a entregar a lo largo de una jornada que va de tres a seis horas. 

Desde que ingresó al servicio, en 1999, se ha percatado de un cambio gradual pero significativo: la gente ha ido abandonando la escritura a mano de cartas que eran una ventana a la intimidad de los amantes, la familia, las amigas más cercanas; guardaban pensamientos románticos o asuntos importantes de negocios. Todo eso que solía quedar en tinta y papel antes de que existiera internet. 

La Navidad ya no es lo mismo

Con la llegada del correo electrónico, Facebook, WhatsApp y demás servicios de mensajería instantánea, también se ha ido diluyendo la costumbre de enviar postales desde lugares lejanos, esas cartulinas que ya no tienen oportunidad alguna frente a las selfies y el registro de viajes publicados en tiempo real. La cantidad de cartas a la baja lo confirma.

 “Antes había más volumen, 500 o 700 se sacaban diarias; ahora se andan sacando entre 100 y 150. Lo más que hemos sacado de un tiempo para acá han sido 250, algo bastante bajo”, calcula Ernesto Alonso.

Coincide con Guillermo Holguín, un jubilado del servicio postal que recuerda la época en que la gente mandaba cartas y había mucho más carga para los carteros de la zona fronteriza con Estados Unidos.

 “Antes, en tiempo de Navidad, por ahí del 16 de diciembre, trabajaba desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche porque las oficinas de Correos se llenaban de tarjetas postales. Nada que ver con lo que es hoy, porque aparte de Correos existen las agencias de mensajería, y ahora todo se hace con un celular. Prácticamente el correo se convirtió en un antiguo medio de comunicación”. 

Guillermo trabajó como cartero durante casi dos décadas; 18 años, para ser precisos. En esos años le tocó recorrer Tijuana a pie, con calles en peor estado que el actual: subir cerros, caminar por terracerías y bajar cañones con el peso de las casi mil cartas que entregaba entonces. 

Parte de la indumentaria con la que el cartero sale diariamente a realizar su trabajo. Foto: Alejandro Arturo Villa

“Como Tijuana es una ciudad de cerros y cañones, era prácticamente imposible andar en bicicleta, porque era tener que irla cargando; la mayoría de los carteros andábamos a pie, eran aproximadamente tres o cuatro horas de caminata diaria, de lunes a sábado, porque se trabajaba seis días” a la semana. 

Conoció muy bien esta ciudad fronteriza y aún recuerda cuál fue su primera ruta, que iba de la colonia Hipódromo a la colonia Chapultepec, una zona de clase media alta, donde se ubican el Club Campestre, el Hipódromo de Agua Caliente y El Toreo, entre otros centros sociales.   

“A mediados de los ochenta había aproximadamente unos 12 carteros sólo en el área del centro. Era una labor que requería mucho trabajo porque se repartía a los edificios de la zona y no era dejar las cartas en el buzón, tenías que ir directamente a la oficina o al despacho, así fueran edificios de cinco o seis pisos. Era algo de todos los días”.

Al igual que Ernesto Alonso ahora, Guillermo empezaba su jornada a las ocho de la mañana y salía de las oficinas a las tres de la tarde. Seleccionaba las cartas que pertenecían a su ruta y las ordenaba de acuerdo con la numeración y la calle. 

“Así era mi labor, nada que ver con lo que se hace ahorita: tú simplemente agarras un teléfono e inmediatamente te comunicas con alguien que se encuentra en cualquier parte de la República o hasta del extranjero. Por eso el correo es lo que es ahorita, porque ha quedado en desuso, la gente lo ha dejado morir, ya no lo utilizan, ya no mandan cartas o postales”.

“Te encariñas con la gente”

9:10 am. Recorremos las calles con Ernesto Alonso. Conforme avanza la mañana y se calienta el día, la clásica mochila de cuero donde lleva la correspondencia se aligera. Su esfuerzo se suma a los de miles de carteros que mueven toneladas de correspondencia a lo largo y ancho del territorio mexicano. 

El cálculo oficial maneja números pesados: 121 mil 196 toneladas al día; 3 millones 680 mil toneladas al mes y, cada año, 29 millones 443 mil toneladas de cartas y paquetes que llegan a su destino en hombros de los carteros.

Enviar paquetes o cartas por Correos de México sigue siendo la opción más económica que hay en el país. Por ejemplo, una caja con dos kilos de peso tarda alrededor de 15 días en llegar y enviarla a su destino cuesta 45.50 pesos; mientras que en la paquetería de FedEx, por esa misma carga se cobran 123.90 pesos, pero el envío llega en dos o tres días en promedio. 

“La pura bolsa pesa un kilo, casi dos kilos más de lo que traigo de cartas; en total son nueve kilos. En una ocasión sí me tocó sacar 110 kilos”, dice Ernesto mientras muestra lo que distribuye esta mañana: una caja de cartón pequeña y unas 50 cartas sujetadas por una liga.

‹‹Son 21 años de servicio, 21 años de caminatas, de recorrer 
mi ruta para repartir la correspondencia, ya me comienzo a ver 
afectado de mis rodillas. No es lo mismo cuando entré, 
que tenía 18  años, a ahora, que ya tengo 46››

–¿Has tenido algún problema de salud por cargar ese peso?

–Son 21 años de servicio, 21 años de caminatas, de recorrer mi ruta para repartir la correspondencia, ya me comienzo a ver afectado de mis rodillas. No es lo mismo cuando entré, que tenía 18  años, a ahora, que ya tengo 46; pero tenemos que seguir, uno no deja de echarle ganas porque a uno le gusta repartir correspondencia y más que nada porque te encariñas con la gente. Me ha tocado ver cómo crecen los niños de ocho años y, de pronto, ya están en la universidad; cuando me los encuentro nos ponemos a platicar. Esos son detalles agradables.

Aunque el trabajo como cartero es intenso y el nivel de responsabilidad muy alto, el salario de un trabajador de Sepomex ronda apenas los 10 mil pesos al mes, de acuerdo con recibos de pago obtenidos por InquireFirst a través de la Plataforma Nacional de Transparencia.

Con seis horas de trabajo diario, recorriendo a pie tres colonias de la ciudad con una bolsa que puede llevar hasta 100 kilos, Ernesto Alonso gana 10 mil 370 pesos mensuales, mientras que el gerente de Sepomex a nivel estatal  tiene un salario de 30 mil 838 pesos, y la directora general recibe 105 mil 189 pesos al mes.

“Nuestro sueldo –detalla Ernesto Alonso– son 5 mil pesos a la quincena. Tenemos un bono y para conseguirlo debemos tener más correspondencia. Entre más sumemos, más nos dan ese bono; pero como se ajusta debido a los descuentos de los impuestos, al final viene quedando en 2 mil 500 libres. La verdad, en vez de ir para adelante como se supone, año con año va disminuyendo. Por ejemplo, la prima vacacional nos llegó de menos esta vez”.

Entre perros y vecinos 

–¿Qué tan peligroso es entregar cartas?

–Pues algo, de hecho a mi hermano lo asaltaron. También ha habido compañeros que se han lastimado, se han quebrado la pierna cuando chocan en la moto porque no tienen ninguna protección.

No le ha faltado presenciar una situación de peligro. “Una vez me tocó ver a una persona a la que se le emparejaron y dispararon, pero yo seguí con mi rutina, seguí normal”.

–¿Ha tenido algún percance o accidente mientras trabaja? 

–Sí, me han mordido perros porque como uno no conoce si hay perro o no, pues uno confiado va y mete las cartas; y en una ocasión sí me mordió la mano cuando dejé la carta en el buzón, pero no ha pasado a mayores. Me han intentado morder seguido, incluso me han rodeado los perros para morderme, pero no ha sido grave.

Por encima de las malas experiencias están las buenas. Por ejemplo, a Guillermo Holguín, actualmente pensionado debido a su detección y tratamiento de cáncer, los vecinos le obsequiaban comida y hasta una botella de tequila para festejarlo por “su día”. 

“El 12 de noviembre es el Día del Cartero. Fui muy festejado por la gente. En la colonia Guerrero había una pareja de unos setenta y tantos años, que vivía en una casita de dos habitaciones. Se mantenían de una correspondencia que les llegaba de Estados Unidos, por parte de uno de sus hijos. Era una carta registrada que dentro traía 200 dólares (4 mil pesos). Hubo un 12 de noviembre, mi recorrido empezaba precisamente en su casa, y me estaban esperando afuera con un desayuno que me había hecho la señora, y una botella de tequila para brindar por mi día”. 

Se emociona don Guillermo: “Cosas como esas hasta me hacían sentir importante. En las vecindades te hacían una piñata. Los niños llegaban y te regalaban monedas de cinco pesos, la señoras te traían regalos, a veces un par de calcetines, una camiseta, un desodorante, no faltaba qué, siempre fui muy querido y apreciado por la gente”. 

Entregando el correo. Foto: Ana Karen Ortiz

10:15 am. Durante el recorrido, a Ernesto Alonso lo saludan desde lejos, lo reciben en la puerta y hasta le ofrecen algo comer. Han empezado a caer gotas de sudor de su rostro bronceado por el sol y el calor que refleja el pavimento, sus compañeros inseparables.

Toda la semana, excepto los domingos, se traslada de su casa a la oficina de Correos instalada en el centro de esta ciudad fronteriza. Le toma alrededor de una hora 40 minutos recorrer la distancia, medida en cuatro camiones de 15 pesos cada uno para llegar; son 60 pesos diarios, 900 pesos a la quincena.

“Trabajo de lunes a sábado, de 7:00 a 15:30; el sábado es de 7:00 a 11:00 y los días festivos nos lo dan. Mi descanso lo aprovecho para estar con la familia, jugar béisbol e irme al inglés”, comenta.

En el camino menciona que no sólo le afecta la precariedad salarial en la que se encuentran los carteros, también se enfrentan a la falta de servicio médico, uniformes, equipo de protección, mantenimiento de los vehículos para transportar paquetería más robusta, entre otras carencias. 

“Pónganse la camiseta”

En Tijuana, los inmuebles de Correos están vandalizados y en el olvido, según pudo comprobar InquireFirst directamente en distintos domicilios dados de alta por Sepomex como oficinas. 

Los muros lucen pintas de aerosol y ventanas quebradas, nadie los ocupa. De las 27 oficinas postales, tres están sin servicio. Sólo en esta ciudad hay 918 códigos postales. 

En caso de sufrir un accidente, el Sindicato Nacional de Trabajadores del Servicio Postal Mexicano intercede, les asesora y busca ayudar a sus afiliados, asegura Ernesto Alonso. Por parte de la institución, “nada”.

–¿Reciben mantenimiento las motos?

–No, ya no, porque mermaron el presupuesto, son los mismos compañeros los que arreglan las motos. Ellos les meten mano para arreglarlas. La verdad, carecemos de tantas cosas. Esto viene de ahora que llegó una directora nueva, ella lo único que nos dijo cuando le comentamos de estos problemas fue: “Pónganse la camiseta”.

–¿Cuentan con algún equipo de protección?

–Solamente el casco, es lo único que nos dan. Bastantes compañeros se han quedado sin frenos. Una vez un compañero se estrelló, pero había un cerco y eso impidió que le fuera peor.

–¿Con seguro médico?

–Sí, tenemos ISSSTE (afiliación al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado).

–¿A qué edad se pensionan ustedes?

–Debido a la maestra (Elba Esther) Gordillo se agregaron cinco años más, porque antes te podías pensionar a los 30 años que tuvieras trabajando, sin importar la edad, pero ahora tienes que tener digamos unos 55 o 60 años para que te puedas jubilar. Algunos compañeros tienen muchos problemas para pensionarse; no les avalan el tiempo que tienen, pero ahí es donde entra el sindicato para intervenir a nuestro favor.

Amor por correspondencia

11:25. Sentarse en la mesa del comedor, sacar una hoja blanca o de cuaderno, una buena pluma –quizá lápiz, por si había que borrar– y hacer la mejor letra posible. (Tu letra bonita, manuscrita o script). Poner el alma en cada frase. Doblar la carta, meterla al sobre. Colocar las estampillas, probablemente después de haberles pasado la lengua por la parte trasera, para humedecer el pegamento. Acudir a la oficina postal y esperar la respuesta en semanas. 

Esa rutina ya es más nostalgia que práctica cotidiana, como lo era todavía hace 20 años, antes de la masificación de internet. Felipe Moreno, de 43 años de edad, originario de Ensenada, mandó su primera carta siendo un niño e iba dirigida a su madre. 

“Más o menos a los siete años tuve la oportunidad de viajar con mis abuelos fuera de la ciudad. Nos fuimos a Coahuila. Ya empezaba a utilizarse el teléfono, pero era frecuente el uso del correo. Era bonito escribir una cartita, yo le escribí una carta a mi mamá, platicándole todo lo que hacía allá, la forma en que me divertía, y solía hacerle dibujos”. 

Felipe se acuerda de que sus abuelos “eran los que se encargaban de llenar los datos de quién recibía y a dónde iba, pero lo demás sí recuerdo haberlo hecho yo: pegar la estampilla y que le pusieran el sello, que me llevaran a la rendijilla donde echabas la carta y tenías la ilusión de que iba a llegar al buzón. Era algo muy bonito. Tardó casi una semana para que a mi mamá le llegara la carta, mientras yo le preguntaba por llamada si es que ya le había llegado, con la ilusión de que la abriera”.

Cuenta que en su adolescencia hubo un romance a distancia que duró dos años; su único medio de comunicación eran las cartas perfumadas y llenas de palabras de amor que se enviaban el uno al otro. 

“Como a la edad de 13 o 14 años, conocí a una muchacha de Mexicali, en un verano que ella y su familia estuvieron de visita en Ensenada. Inicialmente teníamos una relación de amigos y luego de novios; pero todo era por cartas, porque celular no había y aunque por ahí ya estaban los teléfonos públicos era muy difícil hablar con una persona y que luego te estuvieran pidiendo otra moneda y otra moneda; muchas veces no la aceptaba y se cortaba la llamada. Sí hablábamos por teléfono, pero también le escribía cartas cada semana, así durante dos años”. 

Cuando Felipe rondaba los 30 años, la correspondencia se había vuelto obsoleta con la llegada de nuevas tecnologías: los vípers, los teléfonos celulares, el internet. Ahora voltea al pasado y suspira profundo. Lo invade la añoranza.

“Me he dado cuenta de que la mayoría, un porcentaje muy alto de la gente que se estaciona cerquita de las oficinas del Correo, se baja –de su auto– con algún paquete y es raro ver a alguien con documentos en la mano. Supongo que utilizan otros medios más veloces o los transfieren de manera digital y la otra persona los imprime. Hay muchas generaciones debajo de uno que ya no pudieron vivir esa experiencia” del correo de papel.

“Si no somos el 20, somos el 19”

12:00. Ya es medio día, a Ernesto Alonso aún le faltan un par de horas y una colonia más por entregar. Lo dejamos continuar solo para que no se atrase. Antes de despedirse, aprovecha para comentar algo que le incomoda: 

“Apoyen a Correos, que hagan envíos y que envíen cartas. Lo que sí desearía es que el gobierno nos pusiera atención porque Correos está muy olvidado, estamos dentro de lo federal y somos de los más rezagados. En una escala del uno al 20, si no somos el 20, somos el 19; y la verdad es triste, porque aun así nosotros mismos como podemos sacamos el trabajo; tenemos muchas carencias, eso sí, pero nosotros mismos sacamos el trabajo aun así”.

–¿Cree que el gobierno está dejando que la institución se extinga?

–Yo puedo decir que sí, porque el gobierno no la ha procurado.

El año pasado, el Servicio Postal Mexicano cerró con una pérdida de 2 mil 999 millones de pesos, la más alta desde 2016, y cumplió 25 años sin ser rentable, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Hacienda. Para este año, el gobierno federal le destinó un presupuesto de 2 mil 223.6 millones de pesos.

–¿Vale la pena seguir trabajando? –le preguntamos a Ernesto Alonso, el incansable cartero cuyo nombre remite irremediablemente a su homónimo Señor Telenovela.

–Mi hija acaba de graduarse de la licenciatura en Psicología y eso me hace sentir que yo ya cumplí. Ya hice lo que tenía que hacer y de ahora en adelante le toca a ella, ya lo que pase en adelante será su responsabilidad. Nuestro trabajo es muy noble y humilde, pero yo agradezco a Dios que de una forma u otra les haya dado estudio a mis hijas. Ahora, por ejemplo, en agosto entra mi otra hija a la universidad, tengo a otra en la prepa y la más chica en la primaria. Lo que sí le agradezco a Correos, al gobierno, es que nos apoyan con los útiles escolares.

Con una decena de cartas menos, pero bajo los 32°C que derriten a Tijuana en uno de los veranos más calurosos de los últimos años, Ernesto Alonso Verdugo da media vuelta y continúa subiendo por una calle empinada.